La presencia de Rufino Blanco Fombona, nacido en Caracas el 17 de junio de 1874, se mantiene impoluta en las reflexiones continuas sobre Venezuela. Sus investigadores han llegado a la conclusión que en él, como en pocos hombres, se logró la sintetización de la vida y la obra. Dos instancias, a veces parecidas a los caminos de un río, que se unen en el caudal de la escritura y la vivencia. Murió el 16 de octubre de 1944 en Buenos Aires, Argentina.

El ensayista y crítico uruguayo Ángel Rama, quien vivió muchos años en Venezuela tras su exilio, escribió en 1975 en un texto íntimo sobre la vida y obra de Jacinto Blanco Fombona que “cuando cuenta sus conquistas amorosas, cuando vilipendia a sus enemigos, cuando narra novelescamente su propia vida, cuando mira bruscamente la realidad a su alrededor sin entrometerse en ella, cuando reflexiona sobre los destinos de la literatura americana, cuando se contradice, cuando se alaba, cuando se busca vanamente en el espejo del Diario, cuando se siente viejo y abandonado, cuando redescubre el afecto paternal, cuando razona torcidamente sobre el socialismo, cuando se complace en la amistad, cuando lee arbitrariamente libros, cuando más nos disgusta, forzoso es reconocer que está más viviente, que nos resulta un prójimo de nuestro tiempo, aventando el polvo que en cambio recubre tantas obras literarias suyas en que puso altas esperanzas”.

La obra de Blanco Fombona, como toda escritura, de una u otra manera, remite a su presente y se mantiene en el futuro. El modernismo latinoamericano, desde el ensayo y la poesía, encarnó un ideal del individuo en el continente. Por esto, más allá de tiempo, Rama lo califica en la década de los setenta como “un estricto contemporáneo”.

El núcleo familiar del escritor venezolono estaba dominado por sus padres, Rufino Blanco Toro e Isabel Fombona Palacio. Desde estos primeros años de vida, cuando se reconoce el lugar en el mundo de los hombres y mujeres, Rufino Blanco Fombona sintió curiosidad por el oficio político. Las características de su clase social y sus estudios lo hacían, claramente, un hombre perspicaz para la intervención en la cultura y el poder.

Sus estudios primarios y elementales los realizó en los colegios Santa María y San Agustín de Caracas. Luego inició estudios de Filosofía y Derecho en la Universidad Central de Venezuela (UCV). Pero decidió enlistarse en la Academia Militar y participó, con apenas 18 años de edad, en la Revolución Legalista de 1892. Al terminar este conflicto fue elegido como cónsul de Venezuela en Filadelfia, Estados Unidos. Desde aquí manda uno de sus primeros poemas a un concurso dedicado a la memoria de Antonio José de Sucre. El poema Patria resultó ganador y Rufino regresó a Caracas en 1985 para colaborar, entre otras cosas, en la revista El Cojo Ilustrado.

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Foto: cortesía

La participación política y diplomática de Blanco Fombona fue un oficio permanente en su vida. Por eso mismo, en 1986 fue enviado a la Embajada de Venezuela en Holanda y en 1899 es publicado su primer libro de creación titulado Trovadores y trovas, que era una recopilación de poesía y prosa.

Desde ese momento la obra escrita de Blanco Fombona se convierte en una visita recurrente de los lectores. Además, la sagacidad de sus postulados, considerados por algunos como veraces y arbitrarios, tuvieron un periodo de madurez en 1904 con la publicación de su poemario titulado Ópera lírica y prologado por Rubén Darío, el reconocido poeta modernista, dueño de una voz incomparable y un uso de la palabra sin precedentes. En 1908 publicó una recopilación de sus ensayos y artículos titulada Letras y letrados de Hispanoamérica.

El mito del escritor amalgamado en su obra se acrecentó en 1907, cuando fue encarcelado por asesinar al coronel que lo detuvo en su lucha contra el monopolio del caucho en la selva amazónica. Rufino Blanco Fombona era el gobernador del territorio federal Amazonas. Esta experiencia le sirvió de inspiración para su primera novela, El hombre de hierro, en la cual se vislumbran sus referencias al realismo de Honoré de Balzac y el pesimismo de Guy de Maupassant. Incluso, para Ángel Rama este escritor venezolano es uno de los primeros. Antes de las obras de Eustasio Rivera o Rómulo Gallegos, capaz de reconocer la existencia cruda del territorio natural.

“Vivo, veraz, arbitrario, caprichoso, expuesto a las críticas, agresivo y atormentado, esta imagen que él no fraguó para ofrecerla al mundo. Pero que nosotros recuperamos recomponiendo los textos de su Diario, hace de él un estricto contemporáneo”, escribió Rama sobre Blanco Fombona.

En 1908 Juan Vicente Gómez traicionó a su compadre y presidente de Venezuela Cipriano Castro. En ese momento, Rufino Blanco Fombona, diplomático venezolano y secretario de la Cámara de Diputados para la época, calificó al golpe de Estado como una violación a la soberanía de la nación. Por estas palabras fue exiliado y no pudo regresar a Venezuela durante 26 años.

Rufino Blanco Fombona en el exilio

Este momento, sin las obligaciones de la diplomacia y la pesadez del exilio, fue primordial para su crecimiento literario. Su primera residencia fue París, Francia, entre 1910 y 1914, en la cual escribió los libros Judas Capitolino (1912) y el poemario Cantos de la prisión y el destierro (1911).

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Su siguiente parada y última, antes de regresar, fue Madrid donde vivió desde 1914 hasta 1936. En ese lugar escribió un gran abanico de obras. Entre las que destacan Cancionero de amor infeliz (1918), dedicado al trágico y repentino suicidio de su esposa; los libros de relato Dramas mínimos (1920) y Tragedias grotescas (1928), y las novelas El hombre de oro (1915) y La mitra en la mano (1927).

Otro de los retos del intelectual venezolano durante sus largos años en el exilio fue el análisis y revitalización del sentido literario y político de la obra de Simón Bolívar. Editó, desde su lugar en la Editorial América, las Cartas del Libertador y sus Discursos y Proclamas. Además, recopiló una serie de ensayos sobre la figura de Simón Bolívar, en la cual figuran escritores como José Martí, José Enrique Rodó y Juan Montalvo, entre otros.

Estos últimos escritores son afines a las ideas políticas de la escritura que mantuvo Blanco Fombona durante su vida. Por eso, aunque consideraba a la poesía como la máxima muestra de maestría literaria, son sus textos ensayísticos los que, de una u otra manera, se mantienen vigentes. En 1925 algunos intelectuales y escritores presentaron la candidatura de Rufino Blanco Fombona al Premio Nobel de Literatura, pero tal objetivo no prosperó.

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Cesia Ziona, integrante del Instituto de Estudio Hispanoamericanos de la UCV, publicó un ensayo sobre la importancia de Rufino Blanco Fombona en la historia ensayística del continente. “(Es) una obra ensayística densa y contundente y que en su conjunto conforma un ideario, el cual -del mismo modo que sus contemporáneos-, está disperso como brochazos a lo largo de todos sus escritos que tenemos que armar, pues están sin orden cronológico y sin aceptar ninguna catalogación cerrada”, agrega Ziona.

Regresó a Venezuela después de la muerte de Juan Vicente Gómez, fue recibido como un gran literato y en 1939 ingresó a la Academia Nacional de Historia. Durante esos años, antes de su muerte, se dedicó a la investigación histórica, publicó sus Diarios y el poemario Mazorca de oro. El 16 de octubre de 1944 un infarto acabó con la vida de un hombre que, como escribió Rama, se mantiene atemporal en sus ideas.

EL DIARIO

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