Andrés Eloy Blanco murió en el exilio, alejado de su patria, aquella que había escuchado su canto y había retumbado con la elocuencia que engalanó el sentido político de la sociedad. La noticia llegó el sábado 21 de mayo de 1955 y el domingo el rumor se había difundido entre los círculos literarios del país y, sobre todo, entre la resistencia que se mantenía en la clandestinidad por la represión dictatorial de Marcos Pérez Jímenez. El lunes 23 de mayo varios periódicos reseñaron el suceso: un accidente de tránsito en la ciudad de México. La voz de una generación poética se alzó en elogios personales ante el adiós de un hombre que, más allá de su quehacer literario, se mantiene en la memoria de un país por el recuerdo de su calidez humana.
Hace 66 años que ocurrió este hecho y todavía retumba en las postrimerías del páramo andino el canto de pequeños niños bajo la entonación del poema de “La loca Luz Caraballo”; al otro lado del país algunos recuerdan los versos del poema “El río de las siete estrellas”. Así, poema a poema, se reconoce en la obra de Andrés Eloy Blanco una imagen permanente de la emoción arraigada entre los límites de Venezuela. La paradoja de su historia reside en la muerte lejana, en una carretera mexicana, sin volver a pisar su país, como la hojarasca que se mueve con el viento en espera de volver a su sitio.
Andrés Eloy Blanco nació el 6 de agosto de 1886 en el seno de un matrimonio conformado por el doctor Luis Felipe Blanco Fariñas y Dolores Meaño Escalante de Blanco. La infancia y adolescencia del joven poeta transcurrió entre las figuras militaristas de las dictaduras venezolanas de Cipriano Castro y Juan Vicente Gómez. La correspondencia de la obra literaria con el menester político y social, contestatario incipiente a las figuras de poder que hilaban la historia nacional, ocurre por su crecimiento en este contexto particular.
Sus primeros años de infancia los pasó en su tierra natal en el estado Sucre. Sin embargo, la familia se trasladó a Caracas cuando Andrés Eloy tenía 13 años de edad para llevar un estilo de vida más tranquilo entre los techos rojos de la capital. En ese momento, el joven poeta ingresó al colegio nacional de varones, ubicado en la esquina San Jacinto del centro de Caracas y dirigido por el pedagogo Luis Ezpelosin.
En una adultez temprana, inspirado en las imágenes patriotas que decoraban los espacios del hogar familiar, publicó sus primeros poemas en el periódico El Universal en 1911. Uno se titula “El solitario de Santa Marta” en dísticos alejandrinos; los otros son “El solitario de Santa Elena” y “Walkiria”. Su participación en la política universitaria fue inevitable y mientras cumplía con la carrera de Ciencias Políticas llevó a cabo distintos proyectos junto a sus compañeros de generación.
En 1913 participa como vocero en un acto estudiantil contra un acuerdo protocolar entre Venezuela y Francia. Los estudiantes del país eran capaces de enaltecer la voz de rebeldía en el corazón de una nación agreste y rural que, apenas, estaba conociendo los primeros vistazos de la industrialización con las ganancias del petróleo. Los postulados revolucionarios y las palabras del escritor argentino Manuel Ugarte moldearon un pensamiento arraigado en una formación socialista.
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El poeta en su tiempo histórico
El poeta Andrés Eloy Blanco era inseparable del hombre público y, por ende, su obra tiene como hilo el reconocimiento de la sociedad venezolana. Por eso mismo, antes de establecer juicios inmediatos es necesario reconocer, como dijo José Ramón Medina, al “poeta en su tiempo”. Se graduó en 1919 en la Universidad Central de Venezuela (UCV). Luego, ejerció como abogado durante algunos años en el estado Apure y publicó en 1921 su primer poemario titulado Tierras que me oyeron.
Los primeros versos de ese poemario están dedicados al poeta nicaragüense Rubén Darío. “La selva colombina lo presintió; la vida/ rugiente de la selva presintió su venida./ El temblor armonioso de una fiebre divina/ turbó la piel del tigre y el nervio de la encina;/ los cielos orquestales se animaron; debía/ venir algo muy grande para la Poesía”, dicen la primera estrofa. En ella la imagen del poeta modernista es el rugido que anuncia el temblor entre la quietud de la sociedad literaria del continente. En ese ruido naciente en la voz de Rubén Darío nace, con grandes réplicas en las naciones europeas, los vestigios de una enunciación propia para América Latina.
Ese primer poemario de Andrés Eloy Blanco finaliza con la composición “El regreso a la madre” que dice: “Cuando falte a mis hombros, madre mía, la fuerza;/ cuando cerca del surco donde me siembren llegue;/ cuando ya hasta el más leve remolino me tuerza/ y hasta el peso del alma me doblegue…/tu recuerdo, ese fardo de diamante,/ seguirá siempre firme sobre mis hombros muertos”.
En 1923 el poeta venezolano fue galardonado con el primer premio en un concurso promovido por la Real Academia Española de la Lengua por su poema “Canto a España”. Es una de las primeras veces que su nombre se reconoce a nivel internacional. Sus ideas políticas, inherentes a su obra poética, están marcadas durante estos años de juventud por la algarabía de la Revolución Mexicana y la llegada de la Revolución Bolchevique en 1917.
Durante sus días en España estuvo en contacto con la nueva generación de la poesía en lengua española y, siendo un poeta con influencias modernistas en su escritura, descubrió las nuevas experimentaciones amparadas, sobre todo, en las figuras de Federido García Lorca y Rafael Alberti. Sin embargo, en este tiempo descubrió el estimulamiento de la tradición popular en la poesía.
En 1924 es nombrado como miembro de la Academia Sevillana de las Buenas Letras. Ese mismo año viaja a Cuba para reunirse con algunos exiliados venezolanos. Su regreso a Venezuela fue, por lo menos, tumultuoso por el fervor político de la época y su participación en la conocida Generación del 28.
Algunos libros de Andrés Eloy Blanco
Poda (1934).
La aeroplana clueca (1935).
El pie de la Virgen (1937).
Barco de piedra (1937).
Abigaíl (1937).
Malvina recobrada (1937).
Baedeker 2000 (1938).
Liberación y Siembra (1938).
Navegación de altura (1942).
Vargas, albacea de la angustia (1947).
Los muertos las prefieren negras (1950).
A un año de tu luz (1951).
La Hilandera (1954).
El poeta y el pueblo (1954).
Giraluna (1955).
La escritura de Andrés Eloy Blanco se viste con los ropajes conflictivos de la sátira y la publicación clandestina contra el régimen de Juan Vicente Gómez hasta que en el mes de octubre de ese mismo año es apresado en la cárcel de la Rotonda donde estuvo hasta 1933. Después fue trasladado al Castillo de Puerto Cabello hasta 1934: entre las paredes de la mazmorra escribió un libro llamado “Barco de piedra”. Esos años de prisión fueron resistidos por el poeta cumanés con el verso en posición y una obra latente por las desdichas de su alrededor y escribió algunos poemas para otros libros como Baedeker 2000, La juanbimbada y Malvina recobrada. Estos versos escritos en el frío de la prisión marcan su estética conceptual del futuro: “Un vanguardismo recatado en la metáfora”, dice Domingo Miliani.
Tiempos de responsabilidad para Andrés Eloy Blancoa
Al morir Juan Vicente Gómez en 1935 el país comienza un proceso de transición para la democracia. Eso sí, la estructura de poder arraigada en el militarismo y la descendencia andina se mantenía con la figura del general Eleazar López Contreras. Ese mismo año Andrés Eloy Blanco es nombrado Jefe del Servicio de Gabinete en el Ministerio Obras Públicas.
Sin embargo, la postura crítica del poeta fue la razón de su destitución en 1936 y posterior traslado a la Inspectoría de Consulados. Este último trabajo lo lleva a Cuba, Estados Unidos y Canadá. En 1937 renuncia al cargo y regresa a Caracas para establecerse como un militante político con la creación del Partido Democrático Nacional y llegó al Congreso Nacional como diputado.
Uno de sus legados más inmediatos y, además, la razón de sus análisis desazonados y mezclados con el menester político fue la creación, junto a Rómulo Gallegos, del partido político Acción Democrática. La llegada de Gallegos a la presidencia en 1958 ocurrió con el apoyo incondicional de Andrés Eloy Blanco que dos años antes había sido presidente de la Asamblea Nacional Constituyente que instaura el sufragio universal, directo y secreto en el país. Foto: cortesía
La noticia del derrocamiento de Rómulo Gallegos, con tan solo ocho meses en la presidencia, por la junta militar dirigida por Carlos Delgado Chalbaud, Marcos Pérez Jiménez y Luis Llovera Páez llega a manos de Andrés Eloy Blanco mientras asistía a la Tercera Asamblea Nacional de las Naciones Unidas en París, Francia. La construcción de la democracia falleció con la misma rapidez de un soplo de vida.
Su primer lugar de exilio fue La Habana, Cuba. Luego, en 1950 decide irse a México donde vive hasta el día de su muerte en 1955. El oficio del escritor se diversifica y la obra periodística es de vital importancia durante estos años. Es necesario para Eloy Blanco mostrar una mirada crítica para denunciar los atropellos ocurridos en Venezuela durante los años de la dictadura.
Nunca más regresó a Venezuela. La muerte llegó primero en las horas vespertinas de un sábado de 1955 en la ciudad de México. La mirada del poeta centrada entre las multiplicidad de su tierra y arraigo, aquella madre a la cual reconocía en sus primeros versos, se mantuvo, sencillamente, en la fecundidad de una memoria jamás resarcida. Sin embargo, aunque su destino fue morir lejos de su país, el legado de Andrés Eloy Blanco se mantiene intacto en el recuerdo, incluso fugaz, de todos los venezolanos que al escuchar su nombre son capaces de reconocer un verso suelto y confundido con una copla popular.
EL DIARIO